El Dinosaurio [L][N][Referencia CGC7]

Un célebre microcuento (si alguien no sabe lo que es un microcuento más abajo hablo claro del tema) de Augusto Monterroso. Tiene fama de ser el cuento más breve del mundo (aunque yo me sé alguno aún más corto).

He aquí el cuento:

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»

Dado que me voy a extender un poco sobre el tema, pido a la lectora o lector que lo vuelva a leer y así lo saborea más.

Leí una entrevista a Monterroso en El Cultural, suplemento semanal del diario EL MUNDO, de 25 de octubre de 2000 que se realizaba a ráiz de que le habían otorgado el Premio Príncipe de Asturias. En ella decía lo siguiente sobre el cuento:

«-Y Monterroso, con el cuento más breve del mundo, "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí", qué ha dado pie a más de una anécdota, desde la admiradora que "iba por la mitad" a la de las metamorfosis sufridas por el animal. Así, Vargas Llosa al citarlo, lo transformó en unicornio, y Carlos Fuentes, en cocodrilo»

No cabe duda de que el cuento es imaginativo. Claro, si fuera realista diría:
«Cuando despertó, el dinosaurio no estaba allí»

Bromas aparte me encantó la introducción del libro de José Diaz titulado Ojos de aguja. Antología de microcuentos editado por Círculo de lectores y que gira entorno a este cuento. Dice así:

Abre la página. Sus ojos son atraidos por los signos puestos de perfil y ordenados en fila. Comprende las letras y las engarza en palabras: comienza la lectura.

Descifra el título «El dinosaurio», y levanta una ceja. Decide adentrarse en el texto y arranca por «Cuando», se eleva con «despertó» y avanza a través de «el dinosaurio», entonces el vértigo le hace tambalearse; sin embargo, consigue mantener el equilibrio en el «todavía» suspensorio, se desliza por el «estaba» y se precipita hacía el «allí»

Cuando despertó, el dinosaurio no estaba allí

El resto de la página, en blanco. La imaginación, espoleada, se desboca, mientras los ojos buscan más letras, que no hay, entre la desértica blancura que queda

La mente, necesitada de asidero, proporciona un tiempo para el «cuando», un sujeto para el «despertó» y una forma inconcebiblemente monstruosa para «el dinosaurio». aún se interroga por el «todavía» mientra le sobrecoge el «estaba allí». Ni el quién, ni el cómo, ni el cuándo, ni el dónde, y menos aún el por qué le han sido ofrecidos sino escamoteados. Por tanto debe imaginarlos para poder explicárselos

La línea trae consigo, anudado, un mundo entero, y logra pasarlo a través del ojo de una aguja con el fin de clavarlos en su imaginación. La de usted

Desde luego serviría de prólogo para un inmeso volumen de varios centenares de páginas que explicen el cuento. ¿Verdad?

Ahora recojo un comentario del libro Julio Cortázar de Cristina Peri Rossi publicado por Omega.

«'pero en la vida hay que tener cuidado -decías-, porque si no, se puede acabar como el Tito Monterroso'. '¿Cómo acabó el Tito Monterroso' podía preguntarle un lector, un admirador ingenuo. Entonces, con mucha seriedad, Julio le contestaba: 'El Tito terminó escribiendo: 'Cuando despertó, el dinosaurio no estaba allí', cuento que nadie entiende. Y el primero que no lo entiende soy yo'. Y el lector o el admirador ingenuo se quedaba sin saber si Julio le estaba tomando el pelo al Tito, a él, o al dinosaurio.»

Y por último (de momento) un artículo de la prensa. Más adelante espero llenar algunos centenares de páginas sobre el tema.

El dinosaurio. Juan Bonilla (EL MUNDO. 05/06/2000)

Aprovechando que le han dado el Príncipe de Asturias a Monterroso, y que los periódicos insisten en decir que el premiado es el autor del cuento más corto del mundo, 'El dinosaurio', recordaré que nuestro nunca suficientemente ponderado Max Aub, en su librito 'Crímenes Ejemplares', incluyó un cuento que decía: «Lo maté porque era de Vinaroz». O sea, una palabra menos que las siete famosas del relato de Augusto Monterroso.

Pero ya que tenemos la percha para el artículo, aprovechémosla, y digamos que los aficionados a las formas breves e impactantes de la literatura disponen de un libro singular: la recopilación que en el año 90 y para la editorial Fugaz, hizo Antonio Fernández Ferrer de los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas. Se tituló 'La mano de la hormiga' y ante el diluvio de novedades editoriales que empapan los periódicos estos días, no se me ocurre alternativa mejor.

En ese libro hay cuentos de una, dos, tres líneas, hasta relatos de una página, firmados la mayoría por autores de lengua española, aunque no se excluyen figuras como Kafka o Canetti. El volumen contiene algunas joyas que, por supuesto, se dejan releer cómodamente (y a veces ni eso hace falta: son tan hermosas y pequeñas que caben en cualquier rincón de la memoria).

Para empezar, mi preferido, el cuento breve más hermoso escrito jamás. Lo escribió Juan José Arreola, se titula 'Cuento de horror', y dice: «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones».

Siguiendo con fantasmas es memorable también el relato de Lord Halifax. «Dos caballeros comparten el vagón de un ferrocarril. Yo no creo en fantasmas, dice uno de ellos. ¿De veras?, responde el otro. Y desaparece». Y un apunte más sobre fantasmas. Este de Lichtenberg: «No sólo no creía en fantasmas, sino que ni siquiera les temía».

El gran impulsor de las formas impactantes en la literatura española fue Gómez de la Serna. Entre las miles de greguerías que escribió a lo largo de su vida, hay muchas que son cuentos. Este por ejemplo: «Dejó de fumar, pero reincidió porque le seguían los ceniceros hambrientos». O este apunte: «Aquella niebla fue tan fuerte que cuando pasó había borrado los rótulos de las tiendas». Si bien mi preferido, más que un cuento, es todo un poema: «El hielo se derrite porque llora de frío».

Entre los autores españoles de ahora mismo, quien más y mejor ha practicado el género ultracorto es Luis Mateo Díez. Van dos muestras preciosas. La primera se titula 'El Sueño': «Soñé que un niño me comía. Desperté sobresaltado. Mi madre me estaba lamiendo. El rabo todavía me tembló durante un rato». Y el segundo se llama 'La Carta': «Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y antes de empezar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace seis años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio».

Y para terminar con la facción española, este apunte del diario de Juan Antonio Masoliver: «Soñé que Vargas Llosa estaba en una esquina pidiendo limosna. Le di un libro suyo». No hay que olvidar que no sólo en los libros podemos encontrar cuentos tan breves. Las paredes también son un lugar donde suelen aposentarse. Siempre me acuerdo de una pintada que había en el Instituto donde estudié: «Si quieres dejar la droga, déjasela al portero a nombre de Javier». Y en un lavabo leí esta otra: «Felipe, la inteligencia te persigue, pero tú eres mucho más rápido».

Los eslóganes publicitarios, los titulares de los periódicos, también son lugares que frecuentemente esconden algún cuento, de horror casi siempre. Así que, bueno, sí, Monterroso parece haberse hecho célebre por una línea (que desde luego no es la mejor que ha escrito) que repetiré una vez más para cerrar la antología: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Hubiera bastado suplir el todavía por un aún para hacerlo más breve. Y es que cualquier texto puede mejorarse achicándolo. Como posdata no se me puede olvidar que en el último libro de Hipólito Navarro hay un relato que viene como anillo al dedo y que se titula, claro, 'El dinosaurio'. Y dice: «El dinosaurio estaba ya hasta las narices».